Tras "El barón rampante" y "El vizconde demediado" finalizo con "El caballero inexistente" la ansiada trilogía de Ítalo Calvino.
En este caso se trata de una novela de caballerías: parece como si estuviésemos escuchándo a un juglar de la corte de Carlomagno contando las aventuras y desventuras de Agilulfo, el caballero inexistente. Pero no, resulta que quien relata esta historia es una monja, y mira que la historia está bien, pero han sido sus juegos literarios y sus comentarios mordaces lo que más me ha gustado de la obra:
Yo que cuento esta historia soy sor Teodora, religiosa de la Orden de San Columbano. Escribo en el convento, deduciéndola de viejos papeles, de charlas oídas en el locutorio y de algún raro testimonio de gente que existía. Nosotras, las monjas, tenemos pocas ocasiones de conversar con soldados; lo que no sé trato de imaginármelo, pues, ¿cómo haría, si no? Y no todo en la historia me resulta claro. Debéis ser indulgentes: somos muchachas de campo, aunque nobles, siempre hemos vivido retiradas, en aislados castillos y después en conventos; aparte de funciones religiosas, triduos, novenas, trabajos del campo, trillas, vendimias, fustigaciones de siervos, incestos, incendios, ahorcamientos, invasiones de ejércitos, saqueos, violaciones, pestilencias, no hemos vistos nada. ¿Qué puede saber del mundo una pobre monja? (pag. 40)
Como ya he ido en anteriores post, los relatos de Ítalo Calvino están siempre llenos de humor, pero también encontramos un doble fondo que nos invita a pensar: en este caso "El caballero inexitente" invita a reflexionar precisamente acerca de la identidad.
Los tres relatos me han encantado, aunque seguramente me quedo con el primero que leí, "El barón rampante", quizás por la novedad que supuso y por el contexto ilustrado en el que se ubica.
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